jueves, 30 de noviembre de 2006

"¿Qué será?", o la pregunta por el sentido


La obra que este año nos propuso el grupo de teatro “Manojo de calles”, es digna de ver y discutir, sobre todo porque se trata de un trabajo inquietante, que cuestiona las mismas nociones de “arte”, en general; y de “obra”, en particular. Toda obra verdadera socava el propio concepto de “obra”, es decir, socáva-se. La “Ruptura” no puede tramitar en la municipalidad la autorización para organizar la marchita. Sin embargo, hasta los lelos se marchitan pero no se marchan.

El tiempo, o mejor dicho, los tiempos:

La obra “Qué será” presenta un tiempo muerto. Lo que no significa que no existan acciones. Acciones, las hay, y de qué modo. Éstas se desarrollan en un contexto de eterno retorno de lo mismo. La famosa “repetición” que instaura la “diferencia”. Se nos invita a recorrer esa extraña colección de horrores. ¿Extraña en realidad?¿No hay acaso en el goce de esos cuerpos algo que evoque lo horrible de nuestro propio goce? El tiempo también trabaja a lo largo de la temporalidad de cada personaje. Bultos decrépitos de extrema ancianidad, cuando están aislados, parecen cobrar vida y juventud cuando empiezan a tocarse. Sólo el sexo les otorga un atisbo de humanidad. El tiempo se acelera en las venas de los cuellos, en los pezones, sobre todo en la piel. Cuando el público ha ingresado (¿es posible hablar de público en “qué será”?) los cuerpos son cadáveres; luego, carne de asilo. Hasta se puede percibir el olor de esos bultos amojosados. En esos momentos la temporalidad de cada uno se encuentra como detenida. A medida que el conflicto crece, los personajes salen del autismo primigenio para entregarse al desenfreno. Tiempo acelerado. Está, además, el tiempo del “espectador”, un espectador entre comillas, por supuesto, más que espectador, un secuaz al que se ha ido ganando sutilmente desde el hall de entrada. La temporalidad del “espectador” se encuentra invertida: al ingresar está fresco como una lechuga; y el egreso lo encuentra anciano. No porque la obra lo haya aburrido (tampoco aquí se puede hablar de diversión propiamente dicha: estamos ante un “texto de goce”), sino que el “espectador” egresa anciano porque a pasado por una experiencia sumamente desestructurante. Y esto es lo que en definitiva se le debe exigir a una obra de arte: que me torne “otro”, que no me deje como estoy.

Espectáculo vs. culo

Preguntarse hoy ¿Vengo a ver un espectáculo o vengo a ver un culo? Es reinstalar el dualismo alma/cuerpo, de origen griego; o bien el dualismo espíritu/carne, de origen hebreo, en el campo del arte. Nuestra tradición judeocristiana recoge ambos pares dialécticos, razón por la cual se encuentran éstos tan fuertemente arraigados en nuestra cultura. Es por eso que toda obra, para ser considerada “buena” por la moral, tiene que ser una obra de “culo fruncido”, es decir, donde el goce sea retenido como por arte de estreñimiento. Cuando la obra es transgresora, pero se mantiene en lo metafórico, los mojigatos pueden elegir “no ver” el sentido obsceno que trasunta. Lamentablemente para los mojigatos (y afortunadamente para nosotros), “Qué será” no nos brinda la posibilidad de una ceguera voluntaria y edulcorante; no se trata de una puesta light y sin colesterol, sino de una apuesta por lo físico y revulsivo. Los sentidos de la cercanía (gusto, tacto. olfato) tienen también su lugar en este tipo de planteos (recordemos las achuras, el corazón desgarrado, y la comida del cierre). “La carne”, constituye un tópico central para ingresar a este universo que Manojo de Calles nos propone. La “carne” no como pecado, sino como objeto de disfrute. Y de este lugar al que nos ha hecho arribar la obra, sería posible conjeturar tres nuevas parejas dialécticas:
¿Espectador o bacante?
¿Espectáculo u orgiáculo?
¿Representación o voluntad de agujero negro?

El espectador ingenuo:


Ese señor que se levanta para ir a trabajar, quejándose amargamente, y tarda veinte minutos en colocarse el segundo zapato, podría estar parodiando algo, no hace falta decirlo, ya lo dijo Leónidas Lamborghini: “la parodia establece un paralelo, que no es para lelos”. Ese señor de Qué será podría ser un proletario común y corriente, siempre y cuando el espectador ingenuo se lo permita.
Las viejas radionovelas siempre tenían un malo, un personaje imbancable al que la gente esperaba a la salida de la radio para hacerlo cagar. No, no, no no. Este no és el señor de Que será, no apresurar. La gente creía que el personaje y el actor eran la misma cosa de carne. El espectador ingenuo es aquel que después de escuchar un cuento de Poe exclama: “Qué barbaridad, aquí a la vuelta también mataron a un muchacho la otra noche…”, es decir, él se queda con el contenido social magro, con el titular de Crónica. En un principio, durante la puesta, todos somos ingenuos, lectores de Crónica, nos dejamos absorber por lo que está pasando. El lector ingenuo, cuando va a ver Qué será, continúa en la puesta luego de terminada ésta, tiene ganas de darle un cachetazo al actor/personaje quien pusiera el dedo donde no debía. Por eso el pequeñoburgués se irrita con la obra, porque se siente demasiado proletarizado, en otras palabras más de moda hoy: demasiado encajado en aquello que, no sin cierta crapulosa ironía, acordamos en llamar lo real.
Lorenzo Verdasco

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