jueves, 30 de noviembre de 2006

EL EROTISMO SE IMPUSO EN LA FERIA DEL LIBRO TUCUMANA

Tapa de libro de López.


¿Y eso es bueno o malo?


Depende desde donde se lo mire. Desde el punto de vista de la encomienda, la mita y el yanaconazgo, tan caros al sentir de gran parte de nuestra comunidad (no olvidemos que una vez Bussi fue elegido gobernador), el acontecimiento debería ser visto como una avanzada de los “mechudos sucios”. Desde la perspectiva de los lectores exigentes, en cambio, podría muy bien ser tomado como una bocanada de aire fresco, ante tanta portada vetusta y ceremoniosa (o por qué no folclórica) a la que nos tienen acostumbrados numerosísimos autores de la provincia. Libros que no han sido escritos para ser leídos, sino para vegetar en los anaqueles oficiales llenos de tierra, porque al autor lo único que le interesa es tener para decir el día de mañana, mientras enarbola la copa de oporto: “Cuando escribí mi novela...”. Y eso confiere estatus y también engruesa el currículum. La aparición de un libro erótico en una aldea, se parece a la aparición de un travesti en un café del centro: aspira a volverse el objeto de todas las miradas, y aún de todas las críticas. Y esta era la palabra que, desde el comienzo, pujaba por abrirse paso en la cadena de mi discurso: la crítica. En Tucumán no existe crítica. Se confunde el concepto de crítica con el de “hablar mal de...”, que no es lo mismo. Todo intento de crítica es tomado como agresión, pues la modalidad mediática consiste en darle la razón a todo el mundo, o su otro extremo: pelearse tipo conventillo. Volviendo a nuestro tema: la literatura erótica podría, sin duda, si se sostiene como texto, resucitar el sentido crítico de nuestro pueblo.

Pero vamos a los bifes

Solía decir una amigo mío que era vegetariano: “Pero vamos a los bifes (de soja). Cuando llegué aquel Sábado de Octubre al shoping de la terminal nueva me encontré con el talentoso Joaquín Acevedo y su despampanante esposa Lucrecia, quienes estaban a cargo de la coordinación de la Feria del Libro. Un mundo de gente. Luego ingresé a una tiendita donde presentaban el libro Uan tu fac, de Alejandro López, escritor porteño. Este rubio bronceado supercanchero nos habló de las ventajas de escribir una novela en forma de chat. Los dialoguitos cortos te ocupan mucho papel y eso parece triplicar el volumen de la publicación; como parece que las universidades se fijan mucho en las dimensiones, la obra había obtenido dos becas, mientras que su primera novela (muy finita) no recibió distinción alguna. Y después dicen que “el tamaño no es lo importante”. A todo esto, una respetable anciana abrió fuego a la rueda de preguntas con la siguiente especie: “Vos estás destruyendo la literatura ¿Por qué mejor no te dedicás al cine?” Los ojos verdes de Alejandro no se arredraron en absoluto, con mucha calma, y hasta con ostentación le contestó: “También hago cine”. A continuación se oscureció la sala y nos pasaron un corto de cinco minutos. Película en blanco y negro, podía apreciarse en ella el primer plano de un “membrum virile” (lo digo así porque estamos en Tucumán) en estado de reposo. De pronto esta verdadera mole de carne comenzó a desplegarse lentamente sin auxilio exterior alguno, hasta obtener su máxima erección, y luego fue retornando poco a poco al estado inicial. Finalmente los créditos nos dieron el director (es decir, López), el guionista, la música y el número de teléfono del modelo utilizado. Finalizado el film, la respetable anciana del fondo (¿por qué será que siempre los revoltosos se sientan al fondo?) volvió a la carga, como era de esperar: “Con tanto niño hambriento en la calle, vos te venís a gastar la plata en estas zonceras, pero andaaaaaaá”. Entonces un maricón rubio de altísimo jopo, que hace rato la venía odiando, le contestó: “Señora, también hay hambrientos de pija ¿sabía usted?”

“Informe sobre señores”

Ya me iba, cuando, de pronto, en el interior de otra tiendita muy colorida, que tenía dibujada una rayuela en las paredes, descubro a mi amigo Eduardo, el único escritor tucumano “best seller” que conozco (y muy bueno en lo suyo). Le digo “¿qué hacés hijo de puta, desde cuando asistís a la presentación de un libro que no sea el tuyo?” Yo bromeaba por supuesto. Me contesta: “Traje a la nena, porque había anunciada acá una función de títeres y me encontré con esto. Quedate, es interesante –agregó- Se trata de un pibe nuevo. Creo que es su primer libro”. Entré en mitad de un cuento que estaba leyendo el autor, un tal Lorenzo Verdasco, autor tucumano. Nunca pude pescar la trama, sobre todo por el ruido que venía de afuera. Pero pude apreciar que las caras de casi todos los asistentes lo seguían con mucho interés, incluso algunos con muestras de fanatismo. Sólo alcancé a entender un fragmento: “El muchacho protestó un poco, tratando de esgrimir su machismo de pacotilla, pero toda resistencia se desmoronó ante el beso inexorable, sudoríparo, vinoso del albañil (porque Rubén poseía un sexo de albañil y esto lo definía en su esencia, independiente de su ocupación u oficio)”. Me di cuenta inmediatamente de que Eduardo tenía razón: valía la pena quedarse.
Después de escuchar profundos análisis intelectuales que se intercambiaron entre autor y presentador, y cuando vi que la cosa parecía terminar, adquirí un ejemplar de “Informe sobre señores” y allí mismo me entusiasmé con la contratapa, cuyo título rezaba: “El W.C. como goce estético”; todo esto mientras aguardaba mi vuelto, que el autor mismo, que era quien vendía los libros, no podía conseguir. Demás está decir que esa noche me llevé a Verdasco a la cama, es decir, no al autor, sino a su libro.
Bárbara López

"¿Qué será?", o la pregunta por el sentido


La obra que este año nos propuso el grupo de teatro “Manojo de calles”, es digna de ver y discutir, sobre todo porque se trata de un trabajo inquietante, que cuestiona las mismas nociones de “arte”, en general; y de “obra”, en particular. Toda obra verdadera socava el propio concepto de “obra”, es decir, socáva-se. La “Ruptura” no puede tramitar en la municipalidad la autorización para organizar la marchita. Sin embargo, hasta los lelos se marchitan pero no se marchan.

El tiempo, o mejor dicho, los tiempos:

La obra “Qué será” presenta un tiempo muerto. Lo que no significa que no existan acciones. Acciones, las hay, y de qué modo. Éstas se desarrollan en un contexto de eterno retorno de lo mismo. La famosa “repetición” que instaura la “diferencia”. Se nos invita a recorrer esa extraña colección de horrores. ¿Extraña en realidad?¿No hay acaso en el goce de esos cuerpos algo que evoque lo horrible de nuestro propio goce? El tiempo también trabaja a lo largo de la temporalidad de cada personaje. Bultos decrépitos de extrema ancianidad, cuando están aislados, parecen cobrar vida y juventud cuando empiezan a tocarse. Sólo el sexo les otorga un atisbo de humanidad. El tiempo se acelera en las venas de los cuellos, en los pezones, sobre todo en la piel. Cuando el público ha ingresado (¿es posible hablar de público en “qué será”?) los cuerpos son cadáveres; luego, carne de asilo. Hasta se puede percibir el olor de esos bultos amojosados. En esos momentos la temporalidad de cada uno se encuentra como detenida. A medida que el conflicto crece, los personajes salen del autismo primigenio para entregarse al desenfreno. Tiempo acelerado. Está, además, el tiempo del “espectador”, un espectador entre comillas, por supuesto, más que espectador, un secuaz al que se ha ido ganando sutilmente desde el hall de entrada. La temporalidad del “espectador” se encuentra invertida: al ingresar está fresco como una lechuga; y el egreso lo encuentra anciano. No porque la obra lo haya aburrido (tampoco aquí se puede hablar de diversión propiamente dicha: estamos ante un “texto de goce”), sino que el “espectador” egresa anciano porque a pasado por una experiencia sumamente desestructurante. Y esto es lo que en definitiva se le debe exigir a una obra de arte: que me torne “otro”, que no me deje como estoy.

Espectáculo vs. culo

Preguntarse hoy ¿Vengo a ver un espectáculo o vengo a ver un culo? Es reinstalar el dualismo alma/cuerpo, de origen griego; o bien el dualismo espíritu/carne, de origen hebreo, en el campo del arte. Nuestra tradición judeocristiana recoge ambos pares dialécticos, razón por la cual se encuentran éstos tan fuertemente arraigados en nuestra cultura. Es por eso que toda obra, para ser considerada “buena” por la moral, tiene que ser una obra de “culo fruncido”, es decir, donde el goce sea retenido como por arte de estreñimiento. Cuando la obra es transgresora, pero se mantiene en lo metafórico, los mojigatos pueden elegir “no ver” el sentido obsceno que trasunta. Lamentablemente para los mojigatos (y afortunadamente para nosotros), “Qué será” no nos brinda la posibilidad de una ceguera voluntaria y edulcorante; no se trata de una puesta light y sin colesterol, sino de una apuesta por lo físico y revulsivo. Los sentidos de la cercanía (gusto, tacto. olfato) tienen también su lugar en este tipo de planteos (recordemos las achuras, el corazón desgarrado, y la comida del cierre). “La carne”, constituye un tópico central para ingresar a este universo que Manojo de Calles nos propone. La “carne” no como pecado, sino como objeto de disfrute. Y de este lugar al que nos ha hecho arribar la obra, sería posible conjeturar tres nuevas parejas dialécticas:
¿Espectador o bacante?
¿Espectáculo u orgiáculo?
¿Representación o voluntad de agujero negro?

El espectador ingenuo:


Ese señor que se levanta para ir a trabajar, quejándose amargamente, y tarda veinte minutos en colocarse el segundo zapato, podría estar parodiando algo, no hace falta decirlo, ya lo dijo Leónidas Lamborghini: “la parodia establece un paralelo, que no es para lelos”. Ese señor de Qué será podría ser un proletario común y corriente, siempre y cuando el espectador ingenuo se lo permita.
Las viejas radionovelas siempre tenían un malo, un personaje imbancable al que la gente esperaba a la salida de la radio para hacerlo cagar. No, no, no no. Este no és el señor de Que será, no apresurar. La gente creía que el personaje y el actor eran la misma cosa de carne. El espectador ingenuo es aquel que después de escuchar un cuento de Poe exclama: “Qué barbaridad, aquí a la vuelta también mataron a un muchacho la otra noche…”, es decir, él se queda con el contenido social magro, con el titular de Crónica. En un principio, durante la puesta, todos somos ingenuos, lectores de Crónica, nos dejamos absorber por lo que está pasando. El lector ingenuo, cuando va a ver Qué será, continúa en la puesta luego de terminada ésta, tiene ganas de darle un cachetazo al actor/personaje quien pusiera el dedo donde no debía. Por eso el pequeñoburgués se irrita con la obra, porque se siente demasiado proletarizado, en otras palabras más de moda hoy: demasiado encajado en aquello que, no sin cierta crapulosa ironía, acordamos en llamar lo real.
Lorenzo Verdasco

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Las posibilidades de la crítica

El Centro fantasma de experimentación ambigüa (CEFADEA) los invita a incorporarse a sus difusas acciones en la red. Dejen en nuestro mail sus direcciones y algún texto crítico experimental, alguno de nosotros hará algo con él. Mail: yonobeso@gmail.com