*El sábado 18 de julio de 2009 medios locales informaron el fallecimiento del escritor tucumano Eduardo Perrone. Como homenaje, quise traer al presente palabras que una vez me dijo Perrone frente a su casa-vagón.
(Esta es una versión modificada de una entrevista que hicieron Natalia Acosta y Lorenzo Verdasco al escritor tucumano Eduardo Perrone, en el año 2004. La primera versión del texto fue publicada por la revista El Fabulario en ese año.)
Un San Miguel de Tucumán nada bucólico es el que fomentan los paisajes urbanos diseñados por Eduardo Perrone, novelista tucumano, que no tuvo pelos en la lengua a la hora de contar con generosos pormenores sus “ficciones”, situadas en cárceles y prostíbulos en una época que podríamos identificar como fines de los '60 y los años ’70 en nuestro país. Los invitamos a confinarse - el tiempo que dure la lectura de esta nota - en esta zona construida con las figuras de lo clandestino, que por encubierto se vuelve magnético.
Aún no es de noche en la esquina de Crisóstomo Álvarez y Bernabé Aráoz, sitio en el que acontecerá nuestro diálogo con Perrone.
El hombre a quien queremos entrevistar vive en un vagón de tren. Nos ha estado esperando, porque el día anterior habíamos acordado una charla con él en torno a su literatura. En la vereda, conversando amistosamente con un joven agente de policía, está nuestro hombre, flaco, huesudo, la piel tostada y curtida, el cabello blanco grisáceo, la ropa percudida: camisa clara, pantalón crema y saco haciendo juego. Nos tiende la mano con buen ánimo y nos invita a cruzar la calle y sentarnos en la vereda de enfrente. Nos pide un minuto para buscar algo en el vagón. Lo esperamos: entra y sale con un fajo de papeles que son textos suyos, y retazos de diario para que no nos sentemos directamente en el suelo. Este hombre es Eduardo Perrone. Cualquiera diría que es un excéntrico.
El paisaje, visto desde el frente, es esto: un terreno descampado de cierta elevación respecto de la calle, que abarca toda una acera, sobre el que se asienta el vagón de un tren, un único vagón, a la intemperie, quieto y puesto, como una escultura o una piedra que sobrevive a la floración de naturaleza y urbanidad que lo rodean.
Breves datos: escritor tucumano, 63 años, autor de, entre otros textos, cuatro novelas: “Preso común”, “Visita francesa y completa”, “Los pájaros van a morir a Buenos Aires”, “Días de llorar, días de reír”. Tengo en mis manos la 5° edición de “Preso común” y la 4° de Visita…
Un San Miguel de Tucumán nada bucólico es el que fomentan los paisajes urbanos diseñados por Eduardo Perrone, novelista tucumano, que no tuvo pelos en la lengua a la hora de contar con generosos pormenores sus “ficciones”, situadas en cárceles y prostíbulos en una época que podríamos identificar como fines de los '60 y los años ’70 en nuestro país. Los invitamos a confinarse - el tiempo que dure la lectura de esta nota - en esta zona construida con las figuras de lo clandestino, que por encubierto se vuelve magnético.
Aún no es de noche en la esquina de Crisóstomo Álvarez y Bernabé Aráoz, sitio en el que acontecerá nuestro diálogo con Perrone.
El hombre a quien queremos entrevistar vive en un vagón de tren. Nos ha estado esperando, porque el día anterior habíamos acordado una charla con él en torno a su literatura. En la vereda, conversando amistosamente con un joven agente de policía, está nuestro hombre, flaco, huesudo, la piel tostada y curtida, el cabello blanco grisáceo, la ropa percudida: camisa clara, pantalón crema y saco haciendo juego. Nos tiende la mano con buen ánimo y nos invita a cruzar la calle y sentarnos en la vereda de enfrente. Nos pide un minuto para buscar algo en el vagón. Lo esperamos: entra y sale con un fajo de papeles que son textos suyos, y retazos de diario para que no nos sentemos directamente en el suelo. Este hombre es Eduardo Perrone. Cualquiera diría que es un excéntrico.
El paisaje, visto desde el frente, es esto: un terreno descampado de cierta elevación respecto de la calle, que abarca toda una acera, sobre el que se asienta el vagón de un tren, un único vagón, a la intemperie, quieto y puesto, como una escultura o una piedra que sobrevive a la floración de naturaleza y urbanidad que lo rodean.
Breves datos: escritor tucumano, 63 años, autor de, entre otros textos, cuatro novelas: “Preso común”, “Visita francesa y completa”, “Los pájaros van a morir a Buenos Aires”, “Días de llorar, días de reír”. Tengo en mis manos la 5° edición de “Preso común” y la 4° de Visita…
La lectura de su primera novela, “Preso común”, es, creo, una tarea ineludible para entender la vida y la obra de este ciudadano devenido en preso, devenido en escritor, devenido en célebre y extravagante dote de las letras de Tucumán, devenido en bohemio callejero, habitué de intemperies, preso ahora en la ciudad, viviendo en el vagón de un tren .
Esta obra, cuya primera edición data de 1973, (la 5° edición que tengo frente a mí es de 1977) cuenta la peregrinación de un grupo de jóvenes acusados de violación - grupo en el que se encontraba el mismo Perrone - a través de comisarías y su paso por el penal de Villa Urquiza. Las descripciones de la vida en la cárcel, del mundo de presos, comisarios, guarda - cárceles, prostitutas de Tucumán, son minuciosas, exhaustivas, despojadas, en general, de juicios de valor. Con la mayor naturalidad del mundo, Perrone nos pone en presencia de un paisaje que es hábitat poco hospitalario, donde lo sórdido persiste.
Leamos este pasaje donde describe la fachada de la cárcel de Villa Urquiza:
“Edificio horrendo, de grises muros altos y espesos, siniestro, con torretas y luces, tiene todo el aspecto colosal de una fortaleza medieval, con almenas y vigías, quienes, dada la hora (21) hacían girar los reflectores: celosamente, matemáticamente, poblando el aciago interior con contraluces funestas”[1].
O este fragmento, donde nos muestra la cotidianeidad carcelaria:
“Los días de pago, sábado, o vísperas de fiesta, por la noche era lo más aconsejable quedarse en la celda (…) por los muchos dopados y ebrios que circulan por los pasillos.
Cuando tenía que ir a los baños escondía entre mis ropas o en un toallón el pasador de hierro de la puerta pues me podía ocurrir (y no sería raro) el ser apuñalado sin motivo” [2] .
“Los días de pago, sábado, o vísperas de fiesta, por la noche era lo más aconsejable quedarse en la celda (…) por los muchos dopados y ebrios que circulan por los pasillos.
Cuando tenía que ir a los baños escondía entre mis ropas o en un toallón el pasador de hierro de la puerta pues me podía ocurrir (y no sería raro) el ser apuñalado sin motivo” [2] .
Y este pasaje, donde la tensión va en crescendo:
“Todo esto desgasta los nervios en forma progresiva. El clima de angustia que reina en la Jefatura es remplazado por la tensión sostenida de la vida de relación llevada en delicado equilibrio para no tener dificultades. Adentro todo el mundo se trata con un respeto superficial único. El clima de cortesía y aparente indiferencia no es quebrado jamás a pesar de los chismes subterráneos. Cuando se va a pedir un favor (todos ellos celosamente contabilizados) es mejor no olvidarlo. Hay que tratar de andar bien con todos sin pasar por estúpido. El desgaste nervioso es tal que un buen día sin motivo alguien se tira del tercer piso y la única reacción de todos es un comentario irónico, producto del terrible humor negro que campea aún en las cosas más dolorosas y trágicas”[3].
L: -¿Cómo es que vos te decidiste a escribir “Preso Común”?
P: - Y bueno, yo había estado preso… Pero es cierto que hay muchos que han estado presos y que no han escrito ni siquiera una carta al abogado, en realidad no tiene nada que ver.
(El diálogo con Perrone se va perdiendo en los vericuetos múltiples de su memoria. De a ratos se ramifica.)
P: - En el ‘71 salimos de la cárcel, aunque ya veníamos saliendo en forma espaciada con licencias de 15 o 20 días. A la novela la había empezado a escribir en la cárcel.
N: -¿Cómo llegó a publicarla?
P: - Una vez escrita, pensaba que iba a ser fácil publicarla. Junté unos mangos y me fui a Buenos Aires. Llegué por una y otra editorial y siempre lo mismo: “Déjela que ya la vamos a leer”. Al mes volvía y el libro estaba como yo lo había dejado, lleno de tierra, ni lo habían desatado para leerlo. Mientras tanto, yo sobrevivía vendiendo gorros, banderines deportivos en la cancha. Vivía en un hotel, comía en el Munich, tenía mi ropita al día.
Un día, viendo que el tema de las editoriales no avanzaba, me fui al Centro Editor de América Latina, donde hablé con un señor a quien expliqué mi situación y quien a su vez me derivó a un Sr. Llamado Luis Gregorich. “No sé si se la va a publicar, pero seguro que la va a leer”, me dijo aquél. Les dejé mi novela y esperé 15 o 20 días.
Rodeado de pilas de libros, Gregorich, un polaco grandote, provisto de anteojos de un vidrio tan grueso que apenas permitían distinguirle los ojitos, me dijo: “Muy interesante, usted no es un escritor, esta es su primera obra, tiene unos cuantos errores pero hay gente que se dedica a la corrección, yo ya hablé por teléfono con un editor, llévele esta carta mía.”
Incrédulo, dejé la carta en el lugar indicado. El editor la leyó y, señalando que si Gregorich me recomendaba era garantía, me ofreció el contrato de edición. Estas cosas ocurren cuando a uno se le abren las puertas, aunque a veces a las puertas hay que patearlas…
La cosa es que quince días antes de que salga la novela, me llama por teléfono Osvaldo Soriano, y me solicita una entrevista para el diario La Opinión. Ahí lo conocí a Soriano, quien después llegó a ser mi amigo.
L: - Y después saliste en la tapa de una revista, abrazado con Jorge Asís…
P: Sí, era la revista Panorama. El titular decía: “¿Qué están haciendo nuestros narradores hoy?”. Podría conseguir esa revista, pero aquí corre el riesgo de ensuciarse, o de que el perro la coma cuando ande con hambre…
(Diarios, revistas, televisión. Perrone conoció la celebridad de un best seller.
Ahora saca de su bolsillo su DNI ajado, lo abre, y de sus pliegues extrae un cigarrillo. “¿Le molesta el humo?”, me pregunta, porque estoy sentada a su lado. “Lo que pasa es que este cigarro no es de muy buena calidad y el aroma no es muy rico…”. Aún no anochece.)
P:- El texto que ahora tengo entre mis manos es interesante, se llama “Cómo hacer una novela”, si quieren se los leo.
“Casi siempre la primera novela es autobiográfica. Un libro de recuerdos, memorias, o hechos que nos sucedieron y que nosotros consideramos como obligatorio que deben ser conocidos por el resto de la humanidad”[4]
N: - ¿Sus textos, Eduardo, son autobiográficos?
P: - Generalmente. Yo soy un narrador testimonial, escribo sobre cosas que he conocido. Por ejemplo, el título de mi segunda novela, Visita francesa y completa, es la tarifa de los prostíbulos.
( El escritor nos ha introducido ahora en su segunda novela, publicada en el año 1974, reeditada cuatro veces.
En esta novela, el personaje, Gervasio, recién salido de la cárcel, se involucra por necesidad en el mundo de cafishios y de vendedores de cocaína.)
P: - Lo que realmente existió de esa novela fue el conventillo, que era de la Juana G., situado en la calle Marco Avellaneda, entre San Juan y Santiago. En la novela cuento las farras que allí se armaban. Siempre había alguien comiendo, alguien borracho, alguien tomando, alguien yendo a comprar vino, alguien descansando. La dueña tenía un prostíbulo en el bajo, que estaba las 24 horas funcionando, de modo que siempre había alguien en actividad y alguien recuperándose. Yo en esa época andaba con una chica de ahí.
Citemos un pasaje donde describe parte de ese conventillo:
“Nos ubicamos en la sala. Una chica de unos diecisiete años estaba acostada sobre su cama en bombachas y corpiño y no nos prestó mucha atención (…) la vi tan natural en su estado como a las esfinges de santos y vírgenes que nos rodeaban.”
“Todo esto desgasta los nervios en forma progresiva. El clima de angustia que reina en la Jefatura es remplazado por la tensión sostenida de la vida de relación llevada en delicado equilibrio para no tener dificultades. Adentro todo el mundo se trata con un respeto superficial único. El clima de cortesía y aparente indiferencia no es quebrado jamás a pesar de los chismes subterráneos. Cuando se va a pedir un favor (todos ellos celosamente contabilizados) es mejor no olvidarlo. Hay que tratar de andar bien con todos sin pasar por estúpido. El desgaste nervioso es tal que un buen día sin motivo alguien se tira del tercer piso y la única reacción de todos es un comentario irónico, producto del terrible humor negro que campea aún en las cosas más dolorosas y trágicas”[3].
L: -¿Cómo es que vos te decidiste a escribir “Preso Común”?
P: - Y bueno, yo había estado preso… Pero es cierto que hay muchos que han estado presos y que no han escrito ni siquiera una carta al abogado, en realidad no tiene nada que ver.
(El diálogo con Perrone se va perdiendo en los vericuetos múltiples de su memoria. De a ratos se ramifica.)
P: - En el ‘71 salimos de la cárcel, aunque ya veníamos saliendo en forma espaciada con licencias de 15 o 20 días. A la novela la había empezado a escribir en la cárcel.
N: -¿Cómo llegó a publicarla?
P: - Una vez escrita, pensaba que iba a ser fácil publicarla. Junté unos mangos y me fui a Buenos Aires. Llegué por una y otra editorial y siempre lo mismo: “Déjela que ya la vamos a leer”. Al mes volvía y el libro estaba como yo lo había dejado, lleno de tierra, ni lo habían desatado para leerlo. Mientras tanto, yo sobrevivía vendiendo gorros, banderines deportivos en la cancha. Vivía en un hotel, comía en el Munich, tenía mi ropita al día.
Un día, viendo que el tema de las editoriales no avanzaba, me fui al Centro Editor de América Latina, donde hablé con un señor a quien expliqué mi situación y quien a su vez me derivó a un Sr. Llamado Luis Gregorich. “No sé si se la va a publicar, pero seguro que la va a leer”, me dijo aquél. Les dejé mi novela y esperé 15 o 20 días.
Rodeado de pilas de libros, Gregorich, un polaco grandote, provisto de anteojos de un vidrio tan grueso que apenas permitían distinguirle los ojitos, me dijo: “Muy interesante, usted no es un escritor, esta es su primera obra, tiene unos cuantos errores pero hay gente que se dedica a la corrección, yo ya hablé por teléfono con un editor, llévele esta carta mía.”
Incrédulo, dejé la carta en el lugar indicado. El editor la leyó y, señalando que si Gregorich me recomendaba era garantía, me ofreció el contrato de edición. Estas cosas ocurren cuando a uno se le abren las puertas, aunque a veces a las puertas hay que patearlas…
La cosa es que quince días antes de que salga la novela, me llama por teléfono Osvaldo Soriano, y me solicita una entrevista para el diario La Opinión. Ahí lo conocí a Soriano, quien después llegó a ser mi amigo.
L: - Y después saliste en la tapa de una revista, abrazado con Jorge Asís…
P: Sí, era la revista Panorama. El titular decía: “¿Qué están haciendo nuestros narradores hoy?”. Podría conseguir esa revista, pero aquí corre el riesgo de ensuciarse, o de que el perro la coma cuando ande con hambre…
(Diarios, revistas, televisión. Perrone conoció la celebridad de un best seller.
Ahora saca de su bolsillo su DNI ajado, lo abre, y de sus pliegues extrae un cigarrillo. “¿Le molesta el humo?”, me pregunta, porque estoy sentada a su lado. “Lo que pasa es que este cigarro no es de muy buena calidad y el aroma no es muy rico…”. Aún no anochece.)
P:- El texto que ahora tengo entre mis manos es interesante, se llama “Cómo hacer una novela”, si quieren se los leo.
“Casi siempre la primera novela es autobiográfica. Un libro de recuerdos, memorias, o hechos que nos sucedieron y que nosotros consideramos como obligatorio que deben ser conocidos por el resto de la humanidad”[4]
N: - ¿Sus textos, Eduardo, son autobiográficos?
P: - Generalmente. Yo soy un narrador testimonial, escribo sobre cosas que he conocido. Por ejemplo, el título de mi segunda novela, Visita francesa y completa, es la tarifa de los prostíbulos.
( El escritor nos ha introducido ahora en su segunda novela, publicada en el año 1974, reeditada cuatro veces.
En esta novela, el personaje, Gervasio, recién salido de la cárcel, se involucra por necesidad en el mundo de cafishios y de vendedores de cocaína.)
P: - Lo que realmente existió de esa novela fue el conventillo, que era de la Juana G., situado en la calle Marco Avellaneda, entre San Juan y Santiago. En la novela cuento las farras que allí se armaban. Siempre había alguien comiendo, alguien borracho, alguien tomando, alguien yendo a comprar vino, alguien descansando. La dueña tenía un prostíbulo en el bajo, que estaba las 24 horas funcionando, de modo que siempre había alguien en actividad y alguien recuperándose. Yo en esa época andaba con una chica de ahí.
Citemos un pasaje donde describe parte de ese conventillo:
“Nos ubicamos en la sala. Una chica de unos diecisiete años estaba acostada sobre su cama en bombachas y corpiño y no nos prestó mucha atención (…) la vi tan natural en su estado como a las esfinges de santos y vírgenes que nos rodeaban.”
En el capítulo 15 asistimos a la transa de la droga:
“En el baño esperé unos dos minutos y entró el cliente. Un muchacho de unos treinta años, pálido, buen mozo, vestía de sport. Bicho de luz.
-¿Tenés?
-Sí.
-Dame dos papeles pero, primero quiero ver la “merca”. No te conozco, ¿sabés?
-No hay inconveniente, tomá - dije entregándole un papel.
La miró, la removió, sacó un poquito con la yema de los dedos y la acarició. Cuando despegó los dedos no había nada entre ellos.
-Está bien, es buena, dame el otro papel y acá están las diez lucas, chau.”
Y un tercer fragmento, que subraya el pesimismo de su personaje:
“-No lo hagás más, Gervasio.
-¿Lo qué?
-Aspirar esa porquería, te hace mucho mal (…)
-La porquería no se aspira, Liliana, ya está dentro de uno.”
N: - En suma, escribe siempre sobre cosas que le pasan a usted…
P: - No, muchas veces son cosas que me cuentan. Por ejemplo, la historia “El pibe de los brillantes”, un punguista que ya viejo, cuidaba autos frente al casino de Tucumán, y que dicen que murió de frío en los fondos del casino. Es un cuento que publiqué hace poco. La historia es buena para filmarla.
Habrá que leer esa historia. Por lo pronto, tengo en mis manos los originales de “Cómo escribir una novela” y al leerla puedo confirmar allí una concepción de lo narrativo en un narrador a quien la teoría literaria en cuanto discurso parece interesarle muy poco.
Es de noche. Difícil terminar lo que no se sabe a dónde va, pero damos punto final a la charla con Perrone. Antes le dejamos una copia de su libro, “Preso común”, de la cual el escritor no guarda ni un ejemplar. Días más tarde, nos hemos enterado de que anduvo ofreciéndola por poco más de 20 pesos en la peatonal del micro-centro tucumano.
Natalia Acosta
“En el baño esperé unos dos minutos y entró el cliente. Un muchacho de unos treinta años, pálido, buen mozo, vestía de sport. Bicho de luz.
-¿Tenés?
-Sí.
-Dame dos papeles pero, primero quiero ver la “merca”. No te conozco, ¿sabés?
-No hay inconveniente, tomá - dije entregándole un papel.
La miró, la removió, sacó un poquito con la yema de los dedos y la acarició. Cuando despegó los dedos no había nada entre ellos.
-Está bien, es buena, dame el otro papel y acá están las diez lucas, chau.”
Y un tercer fragmento, que subraya el pesimismo de su personaje:
“-No lo hagás más, Gervasio.
-¿Lo qué?
-Aspirar esa porquería, te hace mucho mal (…)
-La porquería no se aspira, Liliana, ya está dentro de uno.”
N: - En suma, escribe siempre sobre cosas que le pasan a usted…
P: - No, muchas veces son cosas que me cuentan. Por ejemplo, la historia “El pibe de los brillantes”, un punguista que ya viejo, cuidaba autos frente al casino de Tucumán, y que dicen que murió de frío en los fondos del casino. Es un cuento que publiqué hace poco. La historia es buena para filmarla.
Habrá que leer esa historia. Por lo pronto, tengo en mis manos los originales de “Cómo escribir una novela” y al leerla puedo confirmar allí una concepción de lo narrativo en un narrador a quien la teoría literaria en cuanto discurso parece interesarle muy poco.
Es de noche. Difícil terminar lo que no se sabe a dónde va, pero damos punto final a la charla con Perrone. Antes le dejamos una copia de su libro, “Preso común”, de la cual el escritor no guarda ni un ejemplar. Días más tarde, nos hemos enterado de que anduvo ofreciéndola por poco más de 20 pesos en la peatonal del micro-centro tucumano.
Natalia Acosta
Ediciones La Flor, 1977, p 59.
[2] O cit, p 72
[3] o cit, p 80
[4] Perrone, Eduardo, Cómo hacer una novela, sin editar.
[2] O cit, p 72
[3] o cit, p 80
[4] Perrone, Eduardo, Cómo hacer una novela, sin editar.